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KARIM ASRY

Los personajes de El mar de todos los muertos, nueva obra del argentino Javier Argüello, son de una fragilidad asombrosa, tanto que el lector teme que el viento sople demasiado y termine borrando las huellas de su paso por el mundo. La trama empieza cuando Joaquín, un escritor, se escapa a Mallorca para precisamente dejar de escribir, y sin decírselo, claro, a su editor. Sobrino nieto del Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, de trato cercano y algo cansado de dormir en hoteles, lejos de su biblioteca, Argüello (Santiago de Chile, 1972) estuvo el pasado martes en Bilbao.

Pregunta. No parece usted uno de esos autores que disfrutan torturando a sus personajes con tramas dolorosas.

«Si asumimos que somos seres frágiles, vivir ya no duele tanto»

Respuesta. Ya tienen bastante con existir, los pobres. Son seres frágiles, como nosotros. La fragilidad es una de las condiciones inherentes a la vida. La disfrazamos con toda una serie de certezas para que duela menos, pero eso es un grave error. Si lo asumes, no duele tanto. Yo siento que hasta me alivia. Poco hay de serio en el destino de los hombres, decía Shakespeare.

P. ¿Le tenemos miedo a desaparecer?

R. Más que nunca. Nadie quiere conformarse con ser algo que desaparecerá sin dejar huella. Creo que, de todos los momentos de la historia, nosotros somos los que peor lo hemos manejado. Se nos está vendiendo que podemos manejar las circunstancias, cuando en realidad son tantas las cosas que se nos escapan… Si se produce un terremoto, hay que reprocharle al Gobierno que no lo pudiese prever, que si lo hiciéramos todo bien, no moriríamos nunca.

P. ¿Su editor se parece al de la novela?

R. Para nada. La casa de Mallorca sí es la suya y su perro se llamaArgos, como el del libro, pero yo fui allí a escribir, a diferencia del personaje. De hecho, mi editor fue uno de los pocos de la empresa que no me presionaba para que le entregara algún manuscrito. Después del primer libro, que fue bastante bien, empecé a ir cada vez menos a la editorial porque siempre me encontraba con alguno que insistía: «¿Con qué estás?, Déjame leer algo nuevo, lo que tengas, dámelo». La gente quiere el siguiente libro enseguida. Siempre pensé que, si me tomó 30 años escribir el primero, tres años no está mal para el segundo.

P. En esos cócteles de la alta burguesía que refleja en el libro le preguntarían lo mismo…

R. Son terribles esas reuniones, no aportan nada. esperan de ti que seas ingenioso todo el tiempo; llega un momento en que todos intentan serlo y la escena se convierte en ridícula.

P. De dónde proviene su amor por el mar?

R. La primera vez fue una travesía de un par de meses con un amigo, entre las Azores y Barcelona. Allí, en el mar, encontré la verdad. Hay gente a la que no le gusta, otros lo tachan de la lista de cosas que hacer y otros, como yo, tienen siempre ganas de partir. La novela juega mucho con ese contraste: frente a la frivolidad del mundillo ese de los cócteles, la verdad absoluta del mar.

 

 

 


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Giro País, 27 de Diciembre de 2009.

Humilde, dice que las comparaciones no le gustan y que muchas veces son inventos de la prensa. Sin embargo, la crítica especializada ya lo sitúa  entre los grandes escritores Latinoamericanos gracias a su última publicación -“El mar de todos los muertos”-, donde mezcla realidad y ficción, su vida y su experiencia. Con ustedes el escritor chileno/argentino/español Javier Arguello. 

-Continuamente la prensa se pierde explicando tu relación con Chile, Argentina y España, pero ¿qué tanto de estos lugares influyó para que te perfiles como escritor?

 

Hay una cuestión que no sé si ha ayudado, pero es una condición de vida y es que en cualquier lugar soy un poco extranjero. Tiene sus partes malas, sobre todo en la niñez, pero lo bueno e interesante para mí es el hecho de no tratar los temas con una bandera en particular.

-Si bien estudiaste comunicaciones ¿por qué llegaste a la literatura?

Desde muy chico escribí. En algún momento pensé que la pasión por la historia la llevaría al cine, hice varios cortometrajes pero nunca dejé de escribir. Finalmente no me resultó cómodo el ritmo y locura que significa el audiovisual por lo que decidí dedicarme a la literatura, sin estudiar letras. Un gran lector desde chiquito y nada más.

-A pesar de tu arrojo, la critica señala que rápidamente te situaste entre los más grandes y ya te compara con Borges y García Márquez.

Impresiona, pero son más cuestiones de periodismo, donde necesitan titulares potentes y clasificaciones para orientar un poco a la gente. Con la cantidad de publicaciones que salen es súper difícil presentar a alguien nuevo y en general los muestran agarrándose de frases… yo encantado de la vida, pero siento que Borges me queda un poquito lejos.

-Pero me imagino que son autores que han influido en tu obra.

Sin duda. Hasta hace 20 años intentaba no leer traducciones por lo que sólo leía latinoamericanos entre ellos Cortazar, Borges, Rulfo y García Márquez, quienes me enseñaron muchísimo, después comencé a ceder y me pasé a la literatura inglesa y rusa que me encantan.

-¿Que géneros literarios te llaman la atención?

La ficción fantástica, sobre todo en cuento. Doy clases de literatura creativa en Barcelona y a mis alumnos les digo que un cuento, de algún modo, te permite cruzar el límite de la realidad. Si no tiene eso a mí no me llama la atención… un cuento puramente sicológico o de alguien que está triste porque se separó de su mujer no me atrae. Me gusta que se prueben los límites de la realidad.

 

“El mar de todos los muertos”.

-¿Con qué se encuentran los lectores de “El mar de todos los muertos”?

Es difícil decir “trata de esto”. Se encuentran con un hombre solitario –Joaquín- que vive en una isla porque quiere alejarse un poco del mundo de la literatura y de un amor perdido. Con el tiempo empieza a convivir con distintos planos donde se pierde entre lo real y ficticio.

-¿Y qué tanto de ti tiene Joaquín?

Supongo que bastante, pero no más que Ana o cualquier personaje del libro. Uno sólo puede construir personajes desde la experiencia propia, pero con Joaquín es mucho más fácil establecer relaciones porque es un argentino, escritor que vive en Barcelona. Sin embargo, yo busco ese objetivo. Mezclarlo con mi propia biografía para confundir los cruces de planos y generar un clima que colabore con el efecto buscado.

-Pero ¿no te da miedo que la gente se pierda?

Intento que la gente se pierda. No que no sepa donde va, sino que se enreden en los planos y con eso me doy por satisfecho. En esto hay una idea filosófica y tiene que ver con que todo el día convivimos con varios planos de realidad. Por ejemplo, cuando viajas en metro o lo que sea, estás repitiendo conversaciones de 10 años atrás sin ninguna dificultad, pero cuando nos tratan de concientizar nos aterra, nos parece que vivimos en un tiempo lineal.

 

La crítica, anhelos y futuro.

-Hablaste de sentirse satisfecho ¿lo estás?

Sí, sino no lo hubiese publicado. Cuando uno lo tiene listo y lo entrega a la editorial aspira a sentirse satisfecho, lo que no quiere decir que no crea que se pueda mejorar.

-Más aún cuando la crítica especializada no ha escatimado en elogios.

Es una satisfacción para el ego. Pero si me creo mucho las buenas críticas también tendría que creer las malas por lo que busco rescatar las partes que me ayudan a pensar en el propio trabajo. Creo que hay tanto elogios como críticas que no ayudan.

-¿Las críticas fueron el mayor miedo al momento de comenzar a escribir?

No, para nada. Hay un miedo que siempre está y creo que va a seguir existiendo, pero es el salto al vacío. Encontrar la historia es difícil, pero es un cierto vértigo muy lindo.

– Y ahora ¿qué podemos esperar de Javier Arguello?

Estoy escribiendo el ensayo “La música del Mundo” y no sé qué destino tendrá. A partir de la última novela surgieron muchas ideas y las quise volcar a una reflección.

A grandes rasgos se trata de cómo la realidad es construida con la estructura de una historia, de que nos contamos nuestras vidas en una narración con ritmo, es como una especie de vibración que atraviesa las cosas y nosotros, para darle sentido a esto, lo contamos como historia.

 

 


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