Publicado en EL PAIS, 15 de marzo de 2016.

B Corps

En el año 1978, y tras seguir un curso de fabricación de helados artesanales por correspondencia, los dos amigos de toda la vida y exhippies Ben Cohen y Jerry Greenfield abrieron su primera heladería en una antigua gasolinera del centro de la ciudad de Burlington, en Vermont. Se trataba del nacimiento de la icónica compañía Ben & Jerry’s.

Durante más de veinte años, Ben & Jerry’s fue un ejemplo de responsabilidad social corporativa, implicándose en diversas causas sociales, interesándose por el impacto que su actividad tenía en el medio ambiente e impregnando de humanidad y valores las relaciones que establecía con sus empleados, proveedores y clientes. Su manera de hacer fue su mejor herramienta de marketing, y eso le permitió crecer de forma exponencial hasta que en 1999 sus fundadores recibieron una oferta por parte de la multinacional Unilever que –literalmente– no pudieron rechazar.

La lógica es la siguiente: una empresa, hoy día, es una sociedad fundada con el explícito propósito de brindar el máximo beneficio económico a sus accionistas. Si aparece un comprador que ofrece una suma que la propia compañía no está en condiciones de igualar, no vender implica defraudar a los accionistas y exponerse a las sanciones legales que ello pueda conllevar. Algo como eso fue lo que le ocurrió a Ben & Jerry’s.

Su caso, explica Pablo Sánchez, es el más representativo de aquellos que hicieron saltar las alarmas: algo se nos había ido de las manos. Como el monstruo del doctor Frankenstein, el sistema que habíamos creado podía obligarnos a actuar en contra de nuestros propios intereses. Alertados por esta perversión legal, un grupo de empresarios estadounidense fundó en 2006 B Lab, organización que se dedica a otorgar el certificado de B Corp a aquellas empresas que se muestren decididas a cambiar las reglas de juego. En 2014 esta iniciativa llegó a Europa y se creó B Lab Europe. Desde hace un año, Pablo Sánchez es su representante en España.

No se trata de una simple declaración de intenciones, explica Sánchez. Más allá de fijar ciertos estándares sociales y medioambientales, convertirse en una B Corp implica transformar los fundamentos mismos de la empresa, de modo que se pasa de defender exclusivamente los intereses de los accionistas a defender los de todos los grupos de interés, como pueden ser los empleados, el medio ambiente o la comunidad en general. Así, cualquier decisión que perjudique a cualquiera de ellos puede tener consecuencias legales para quien la toma.

Hoy en España sólo hay 11 empresas que hayan conseguido el sello B Corp; entre otras, la agencia de comunicación 1000friends, el grupo de universidades Laureate o Triodos Bank. Todas han asumido el reto de encontrar una razón de ser que vaya más allá de la exclusiva persecución del beneficio para poner el foco en el modo en que afectan a su comunidad.

¿Cuántos directores de empresas estarían dispuestos a operar bajo un estatuto que los juzgue más allá de la rentabilidad económica que consigan? O dicho de otro modo: ¿es el beneficio económico el único factor que debemos tener en cuenta a la hora de medir el éxito de una empresa? Seguramente las B Corp no den una respuesta definitiva a estas preguntas, pero se trata sin duda de un buen lugar desde el que sentarse a pensarlo.


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Publicado en EL PAIS, 28 de diciembre de 2015.

El cantante Camilo Sesto tiene una cara nueva. Lo mismo ocurrió hace algún tiempo con la actriz Renée Zellweger y con tantos otros, pero no por frecuente deja de sorprendernos. ¿Qué los mueve a tomar esa decisión? ¿Se sienten cómodos con el hecho de ya no ser quienes eran?

La imagen es importante. Por algo elegimos la ropa que nos ponemos y el corte de pelo que llevamos. Si alguien está deprimido no se peina ni se asea, y eso constituye un síntoma de que algo no anda bien. Según el doctor Javier Herrero, cirujano plástico, la cuestión pasa por saber qué clase de problema estoy queriendo solucionar cuando decido modificar alguna parte de mi anatomía.

Lo primero que hace cuando alguien entra en su consulta, explica, es preguntarle qué quiere cambiar de sí mismo y por qué. La cuestión consiste en discernir si el problema que el paciente trae puede solucionarse con cirugía o si en realidad se trata de un conflicto de otra índole que ha sido desplazado hacia el tamaño de sus pechos o la forma de sus orejas.

En sus 40 años de experiencia, el doctor Herrero ha visto de todo: desde chicas de 20 años que piden rejuvenecimientos vaginales hasta hombres a los que no les importa que una operación de alargamiento de pene pueda afectar su desempeño sexual con tal de verse más voluminosos. Últimamente se lleva mucho solicitar un blanqueamiento de ano. El doctor Herrero no hace ninguna de estas cosas. Una vez entró una chica en su consulta y le pidió la prótesis mamaria más grande del mercado. Así lo dijo: la más grande del mercado. El doctor Herrero le preguntó si sabía qué tan grande era eso y ella dijo que le daba igual, que quería tenerla.

Que queramos sentirnos bien con nosotros mismos resulta natural. La secuencia es más o menos la siguiente: nos sentimos bien, eso nos erotiza, y al sentirnos erotizados estamos mejor dispuestos para erotizar al otro. El problema empieza cuando creemos que podemos saltarnos el paso interno de sentirnos erotizados y buscamos el modo de erotizar al otro mediante algún artificio externo como puede ser la exhibición de unos pechos desmesurados. Esa exacerbación del erotismo despegado del propio sentir es a lo que el doctor Herrero se refiere como pornografía. Y en los últimos años le ha llamado la atención el incremento de pedidos que recibe en ese sentido. Sobre todo entre sus pacientes más jóvenes.

¿Cuánto cree que ha influido en ello el acceso ilimitado a la pornografía que Internet ha posibilitado? “Mucho”, responde. Las generaciones pasadas no veíamos tantos penes ni tantas vaginas como los jóvenes de hoy día, y eso ha influenciado no sólo la estética genital, sino los propios hábitos sexuales. Pero en última instancia, reflexiona, parece que se tratara de algo mucho más profundo, una suerte de negación del yo que va más allá de lo genital y lo estético, como si las aspiraciones de cambio que en otro momento constituían lentos procesos de transformación interior hubieran sido reemplazadas por la inmediatez de la renovación externa.

Será por eso que a Camilo Sesto o a ­Renée Zellweger no les supone un problema encontrarse con otro cuando se miran en el espejo.


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Publicado en EL PAIS, 17 de noviembre de 2015.

Celebration

En la película El show de Truman, el director Peter Weir quiso reflejar una comunidad ideal que, concebida como un gigantesco plató de televisión, lleva a su máxima expresión el empeño norteamericano del pueblo perfecto en el que las familias son guapas y cariñosas, y viven en casas de cuento con vecinos amables y educados que pasean a sus perros por calles inmaculadas sin dejar nunca de sonreír. Pues esa ciudad existe. Se llama Celebration.

El origen de Celebration, explica el artista Antoni Muntadas –que por estos días se halla preparando una conferencia que explora las relaciones entre la película de Weir y esta localidad estadounidense–, se remonta a la fundación del resort Walt Disney World. Habiendo dedicado toda su vida a la creación de mundos artificiales que descartaban cualquier elemento perturbador de la realidad exterior, en la década de 1960 la compañía Walt Disney Productions adquirió cerca de 11.000 hectáreas al suroeste de Orlando para construir el mayor complejo de parques temáticos jamás imaginado. En los planes originales figuraba, además del icónico Magic Kingdom, el primero de la saga, el proyecto Experimental Prototype Comunity of Tomorrow (EPCOT), concebido como una ciudad del futuro en donde viviría gente real que pondría en práctica algunas de las ideas de Disney para la vida urbana. Walt Disney murió de cáncer en 1966 y sus planes para EPCOT fueron abandonados, transformando la iniciativa en un parque temático más que exhibiría los últimos adelantos en tecnología. Gran parte de los conceptos allí desplegados, sin embargo, fueron integrados en Celebration.

Inaugurada en 1996, Celebration es la quintaescencia del sueño americano. Si ­EPCOT fue concebido mirando hacia el futuro, Celebration se inspiró en la nostalgia del pasado, una suerte de ciudad-plató ambientada en la década de 1930 cuyas casas color pastel y estricto reglamento interno rememoran el mundo feliz de los guiones de Disney. Cerca de diez mil personas de carne y hueso decidieron establecer allí su residencia.

El tema de los límites y los espacios protegidos no es nuevo en la obra de Muntadas, que ya ha dedicado extensos estudios a la relación existente entre el miedo y la seguridad. Las murallas, explica, han representado desde siempre el ideal de defensa contra la amenaza exterior, desde las rejas que los particulares colocan en sus casas hasta los barrios cerrados de algunas capitales latinoamericanas que cuentan con servicios de seguridad privada. Y no es algo que ocurra sólo en comunidades puntuales. Muntadas ha dedicado parte de sus reflexiones a las fronteras que separan países y continentes, como las que impiden a los mexicanos entrar en Estados Unidos o las que controlan la llegada de africanos y asiáticos a Europa.

Concebida como una ciudad-guion en la que todo está planificado –entre sus creadores hubo equipos de guionistas de Disney–, Celebration representó para sus habitantes la esperanza de criar a sus hijos en un entorno protegido, predecible y seguro, en el que no había espacio para el conflicto ni para el dolor. En el año 2010, sin embargo, la realidad burló sus fronteras. Un asesinato y un suicidio producidos en el lapso de una semana estremecieron los cimientos de la ciudad feliz. Algunas familias decidieron marcharse. Otras se quedaron. Todas, sin excepción, despertaron a una realidad que hoy nos atañe a todos: ¿hasta dónde resulta posible confiar en fronteras y muros para mantenernos al margen de las tensiones del mundo en el que vivimos?


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Publicado en EL PAIS, 13 de octubre de 2015.

Enriqueta Marti

Siguiendo una investigación sobre personas desaparecidas, me encuentro con el caso del secuestro de Teresita Guitart y con el personaje de Enriqueta Martí, su secuestradora. Apodada La Vampira del Raval, Enriqueta Martí fue acusada de secuestrar, prostituir y asesinar a niños para extraerles la sangre y el tuétano y elaborar con ellos ungüentos mágicos para la eterna juventud. Corría 1912 en Barcelona y el escándalo –como es de esperar– conmovió a la sociedad catalana.

La información la extraigo de un documentado artículo (La vampira del carrer Ponent) del año 2006 en el que el periodista Pedro Costa aporta datos que parecen confirmar las acusaciones. Internet me permite a continuación acceder a otro artículo del año 2014 (Enriqueta Martí, la vampira que no fue) firmado por la periodista Núria Escur en el que la hipótesis es diferente. Según esta versión, no se trató más que del sensacionalismo periodístico de la época, que gustó de convertir un simple secuestro en una versión local de Jack el Destripador. Enriqueta Martí no habría sido más que una pobre perturbada que, afectada por la muerte de su único hijo, secuestró a Teresita Guitart –la niña apareció sana y salva a los pocos días– y cargó por ello con la culpa de otros muchos secuestros y abusos de niños ocurridos por ese entonces.

Sigo indagando y descubro otras tantas voces que apuntan en una y otra dirección, además de los comentarios de los lectores que aportan sus propios argumentos. Internet pone de manifiesto la multitud de puntos de vista que puede haber sobre un mismo hecho.

Que la construcción de la realidad depende del punto de vista es algo que los escritores sabemos desde hace tiempo. La historia de un adulterio narrada por el amante o por el cónyuge traicionado resulta radicalmente diferente. Madame Bovary contada por Charles Bovary sería un libro muy distinto del que conocemos. Pero en ese caso estamos hablando de una ficción. ¿Qué pasa cuando nos trasladamos a la realidad, a la realidad tangible, esa que determina –por ejemplo– la forma del mundo físico.

Consulto con un amigo físico y me explica que, atendiendo a los postulados de la física de partículas, no hay algo ahí afuera a lo que podamos referirnos tan alegremente como la realidad, sino que lo que hay es un cúmulo de probabilidades que sólo colapsa en una posibilidad concreta frente a la mirada concreta que un observador ponga en juego. Antes de que esa mirada entre en escena, la realidad, literalmente, no existe.

Manifiesto mis reparos ante semejante afirmación y mi amigo me confirma que se han elaborado métodos para comprobar la presencia de una partícula –de una misma partícula– en varios sitios al mismo tiempo, de manera que si un observador declara haberla visto en el punto A y otro en el punto B, ninguno estaría mintiendo.

¿Dónde está, pues, la realidad? ¿Fue Enriqueta Martí un monstruo sanguinario o una víctima del sensacionalismo de la prensa? A más de un siglo de distancia debemos conformarnos con los distintos puntos de vista a los que podamos acceder. Por lo pronto sabemos que murió en la cárcel, apalizada por sus compañeras reclusas o víctima de un cáncer de útero. Dependiendo de quien lo cuente, existen diferentes versiones al respecto.


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Publicado en EL PAIS, 8 de septiembre de 2015.

desaparecer

En El difunto Matías Pascal, el escritor italiano Luigi Pirandello narra la historia de un hombre que debe esfumarse de la faz de la tierra para empezar a vivir. Un error policial lleva a que le confundan con un suicida anónimo, y él aprovecha esta circunstancia para dejar atrás su vida e iniciar una nueva.

Lo que Pirandello retrata con maestría en la ficción ha ocurrido muchas veces en la realidad. En un mundo en el que la mayoría de las personas se esmeran por hacer pública su vida privada colgando fotos de sus vacaciones y de sus cumpleaños en cuanta red social tengan a mano, cada vez son más los personajes públicos –y no tanto– que luchan por disfrutar de la placidez del anonimato.

En la exposición Good Luck, que puede visitarse por estos días en el museo MAXXI de Roma, la artista italiana Lara Favaretto rinde homenaje a 18 individuos que lo han conseguido. Se trata de 18 historias de desapariciones voluntarias, es decir, personas que han optado por borrarse del mapa ya sea de manera real o metafórica. Nombres como los del escritor Jerome David Salinger, el ajedrecista Robert Bobby Fischer o el físico Ettore Majorana engrosan la lista de personalidades a las que Favaretto dedica un cenotafio: tumba vacía o monumento funerario erigido en honor de alguien a quien se recuerda de manera especial. Los cenotafios de Favaretto están construidos en tierra, metal y madera y, respetando la voluntad de los homenajeados, carecen de cualquier tipo de placa identificatoria. Sólo unas cajas de metal ocultas en su interior, y que contienen algunos elementos relacionados con sus propietarios, personalizan de algún modo cada volumen.

¿Qué es lo que lleva a alguien a querer desaparecer así? Las respuestas, me dice el psiquiatra Ramón Martí, pueden ser muchas. Pero en el caso de los personajes públicos las posibilidades se acotan. Todos construimos nuestra identidad haciendo espejo en la imagen que nos devuelven los demás. Cuando esa imagen se ve amplificada y objetivada por los medios de comunicación, se requiere de una gran fortaleza para no verse afectado. Es como si esa versión pública de nosotros nos convirtiera en su objeto, y la única manera de liberarnos fuera desaparecer del mapa para encontrar, en la intimidad de nuestra propia subjetividad, una suerte de refugio en donde poder volver a ser tan volubles e imprecisos como somos los seres humanos.

Lo paradójico, reflexiona Martí, es que la hiperconectividad del mundo actual reduce drásticamente nuestras posibilidades de anonimato. Nuestras compras con tarjeta de crédito, nuestras búsquedas en Internet y hasta el contenido de nuestros correos van definiendo un perfil con el que se nos termina asociando. Si a eso le agregamos nuestros propios esfuerzos por dar a conocer lo que hacemos y pensamos a cada momento en las redes sociales, poco margen queda para lo privado. Y la pesadilla, de hecho, parece ir más allá. ¿Quién no ha recibido alguna vez una macabra invitación para jugar al Candy Crush de parte de un amigo de Facebook ya fallecido? No se trata ya de poder vivir de forma anónima; hay fuertes indicios de que ni siquiera en la muerte nos dejarán tranquilos.

En el final del libro de Pirandello, Matías Pascal vuelve a su pueblo para dejar una flor sobre su propia tumba. Imposible resistir la tentación de imaginar a uno de los desaparecidos voluntarios de Favaretto haciendo lo propio frente a su cenotafio en el MAXXI de Roma, tal vez el mejor signo de victoria de quien ha conseguido desaparecer sin dejar huella.


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Publicado en EL PAIS, 7 de julio de 2015.

nansen jacsonç

Hay historias que sólo la realidad se puede permitir. Si fueran puestas en un libro o en una película, lectores y espectadores las rechazarían por inverosímiles. El encuentro que tuvo lugar entre Fridtjof Nansen y Frederick Jackson en la Tierra de Francisco José en 1896 es sin duda una de ellas.

En junio de 1893, y luego de tres años de concienzudos preparativos, Nansen dejó atrás las costas de Noruega con la intención de conquistar el Polo Norte. Su plan consistía en remontar el océano Glacial Ártico a través del mar de Siberia para dejarse atrapar por el hielo y permitir que la propia deriva de la banquisa polar lo llevara hasta su objetivo. Entre los aspirantes a formar parte de su reducida tripulación se hallaba un joven inglés de nombre Frederick Jackson a quien Nansen rechazó por no ser noruego.

Tras un año y medio varado en el hielo, Nansen decidió abandonar su barco –el Fram– y acometer el intento de alcanzar el Polo Norte a pie con la ayuda de un solo hombre y un convoy de trineos. A las pocas semanas de partir, Nansen y Johansen, su único acompañante, comprendieron que el objetivo resultaría inalcanzable, y en su camino de regreso pasaron 14 meses vagando por el hielo, soportando las condiciones más extremas, hasta que alcanzaron la Tierra de Francisco José, un archipiélago prácticamente inexplorado. Con las fuerzas casi extinguidas, una mañana de junio de 1896 salieron de su campamento para encontrarse con una figura humana que los observaba desde sus esquís. “¿Usted es Nansen?”, preguntó el hombre. Se trataba del Frederick Jackson, el mismo que, rechazado por Nansen, había decidido organizar su propia expedición para terminar convirtiéndose en su providencial salvador.

¿Cuál es la probabilidad de que un encuentro como este se produzca? Pablo Noriega, matemático del CSIC, pondera los datos, garabatea algunos números y revela que es de una en veinticinco mil. La probabilidad de ganar la lotería es de una en cien mil, lo cual equivale a decir que es como si Nansen hubiera comprado sólo cuatro números y se hubiese llevado el premio gordo, una probabilidad tan baja, explica Noriega, que técnicamente califica como despreciable. Noriega cuenta una broma que circula entre los de su profesión. Trata acerca de un hombre que siempre que subía a un avión llevaba una bomba con él, ya que consideraba que la probabilidad de que hubiera dos bombas en un avión resultaba despreciable.

En la vida, a veces, lo despreciable ocurre. Y cuando lo hace, explica Noriega, es lo único que cuenta. ¿Estaba escrito en alguna parte que Nansen debía rechazar a Jackson para que éste pudiera rescatarlo cuatro años más tarde, o se trató sencillamente de la más extraordinaria de las casualidades? Por lo pronto sabemos que, después de esta experiencia, Nansen abandonó para siempre el negocio de las expediciones polares.


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