Javier Argüello nos presenta en esta su primera obra, una colección de turbadoras historias construidas con la ficción que se despliega justo en el límite de la realidad, viajando del texto al metatexto a través de la creación literaria.
En el primer cuento, Volver a verla, el autor desarrolla el tema de la falta de inspiración a la hora de llevar a cabo la creación de historias. Su protagonista, Ramiro, es un joven escritor y proyecto de crítico literario que desperdicia todos sus esfuerzos en la búsqueda de una estructura inédita, que supere la calidad y el éxito que le proporcionó su primera novela, escrita hace ya dos años.
Una vez definido el protagonista del cuento, el autor lo pone a construir su propio protagonista, que se llamaría Joaquín. En estas primeras páginas, nos da la sensación de que el autor se ha inspirado en Leopoldo Monterroso y su famoso cuento Los trabajos de Leopoldo. Sin embargo, a poco que uno se adentra en el relato descubre que el personaje creado por Ramiro, Joaquín, es, a su vez, un escritor también preocupado por la configuración de su propio personaje. Y es aquí donde reside la originalidad del relato, al crear lo que podríamos llamar meta-metatexto.
La ficción se confunde con la realidad cuando Ramiro conoce a la chica que él mismo había creado para mantener una relación amorosa con su personaje.
En el segundo relato, Andan, el protagonista hace una incursión en el universo existente detrás de los agujeros que sustentan el enchufe de una luz. Allí se convierte en un punto más de los muchos puntos luminosos que bailan al son de un ritmo fascinante.
Gravedad presenta una historia desarrollada en un pueblo que ha quedado desolado después de una epidemia de peste. Andrade, un profesor de astronomía, encarga a Abel que le construya una casa bajo tierra, sin más ventanas que el techo de vidrio y todos los artefactos patas arriba. Cuando la construcción llega casi a su fin, Andrade cae enfermo y entrega a Abel los planos para concluir la vivienda y le pide que cuando esté terminada se la quede. Abel no comprende para qué le serviría ser propietario de tan extraña construcción. Andrade le explica en el lecho de muerte que pronto la tierra perdería su gravedad y que cualquier cosa que se asomara a la superficie caería irremediablemente para arriba. Finalmente Abel ocupará la casa subterránea que ahora está sobre la superficie de la tierra.
En la cuarta historia, Zeezir, el autor crea de nuevo un metatexto, al establecer la ficción a través de una carta firmada por un «supuesto» escritor irlandés del siglo XIX, llamado James Joseph Zeezir.
En la carta, un mediocre profesor de literatura inglesa de la Universidad de Buenos Aires nos va relatando cómo da a conocer su propia obra, haciéndose pasar por el «supuesto» escritor, escribiendo las páginas que conformarían la obra de alguien que había influido sobre el estilo de algunos de los mejores literatos que produjo el siglo XIX, Joyce, Wilde, o Beckett.
Argüello plantea en este texto la difícil delimitación entre la literatura: «Un relato de inmenso poder que supone el hecho de ser capaz de inventar a alguien, y de poder hacer que se vuelva real para las personas y la crítica literaria como monumento al fraude que significan todos los estudios y los análisis que sostienen los cimientos de ese gran palacio de la cultura que son los círculos de críticos e intelectuales.»
La tos es una breve parodia sobre las opresivas leyes que algunos gobiernos imponen y el rechazo de éstas por parte de los estudiantes universitarios.
Relato acerca del tiempo, de un viejo cuento, y de la manera extraña en que ocurren las cosas. Es uno de los cuentos más originales que Javier Argüello nos ofrece. El protagonista viaja por Europa y en Londres, como por casualidad, lee un relato incluido en la Antología de la literatura fantástica que Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo publicaron en 1965. Trata sobre un escritor del siglo XIX, Max Beerbohm, que, ansioso por averiguar si su nombre ha pasado a la historia de la literatura, pacta con el demonio para poder adelantarse un siglo a su época y así comprobar si llegó a ser famoso o no. El protagonista asistirá, ciento veinticinco años más tarde, a la cita que Max Beerbohm y el diablo se supone que debían tener.
Con Anastasia, una carta de amor y añoranza, el autor cierra estosSiete cuentos imposibles que seguro le harán un hueco dentro de la literatura.